Pasa con frecuencia. El hombre del siglo XXI tiende a pensar que el mundo en el que vive es el resultado de una serie de experimentos, de una gran cantidad de secuencias prueba-error que han permitido eliminar cualquier resto de impureza sobre lo hecho anteriormente hasta alcanzar el máximo grado de perfección.
Sin embargo, de vez en cuando aparecen testimonios, sean del tipo que sean, que nos vienen a recordar que, en muchas ocasiones, no sólo ya se había alcanzado con anterioridad esa perfección si no que, además, nos hemos empeñado en llevar a cabo un proceso de involución.
El cine mudo es uno de esos testimonios. Cuando alguien se sienta a ver películas como The Wind (Victor Sjöström,1928) se pregunta cómo puede ser que, tras haber creado tal fiel expresión de la debilidad humana, se haya llegado a banalizar tantas veces la capacidad artística que posee el lenguaje cinematográfico.
En The Wind, como en muchas otras películas de la época (El Gabinete del doctor Caligari, Robert Wiene, 1920) el leit motiv es la frágil línea que separa lo racional de lo irracional. La sola elección de la temática ya nos habla de la voluntad transgresora del film. Pero es más transgresor, más desconcertante aún el hecho de que el verdadero protagonista, el que impulsa a cruzar esta línea, es un poderoso viento del Norte que hace a los caballos descender de la montaña y alterar el ánimo de Letty, papel interpretado por la inquietante Lillian Gish. A través de numerosos primeros planos podemos introducirnos en el alma de esta mujer que teme perder la cordura cada vez que el maldito viento recorre el desierto tejano y que llega a meterse en su casa para tambalear aquellos cimientos, tanto físicos como psíquicos, que parecían prometer protección. La propia naturaleza del cine mudo, la no utilización de recursos sonoros (a excepción de los musicales), que servirían para enfatizar lo narrado, hace de las imágenes del film pequeñas poesías visuales, fotografías en movimiento dotadas de un doble sentido que necesitan de la complicidad del espectador para ser comprendidas.
The Wind fue la primera película rodada por el director sueco en Hollywood, donde cambió su apellido por el de Seastrom, y parece que fue un proyecto ideado junto a Gish. Quizá por ello podemos adivinar algunos ecos de rebeldía en el personaje de Letty, poseedor de cierta resignación, cierta capacidad de adaptarse a su destino, al tiempo que hace de esta misma resignación su principal arma de defensa; actitud que recuerda bastante a las protagonistas de las películas de Lars von Trier.
Desde el punto de vista técnico, no deja de asombrar lo avanzado de algunos recursos empleados en años tan primitivos, como la superposición de imágenes o los efectos especiales que aparecen en algunas secuencias.
Merece la pena acercarse a la obra de directores de cine como Sjöström, pioneros en la exploración de los recursos cinematográficos, y admitir, en un gesto de humildad, que no hacía falta demasiada experimentación para conseguir una obra de tal maestría.
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