Un color. O el arco iris.
Una palabra. O un discurso.
Una mirada. O un abrazo.
Una anécdota. O una aventura.
Un soplo. O un huracán.
Nada. O todo.
Cualquier cosa puede inspirar un microrrelato. Pequeños fragmentos de vida, o de sueño, que quedan recogidos en pocas líneas, y que tienen la capacidad, como los cuadros impresionistas de, con unas pocas pinceladas, transmitir gran cantidad de sensaciones.
Una palabra. O un discurso.
Una mirada. O un abrazo.
Una anécdota. O una aventura.
Un soplo. O un huracán.
Nada. O todo.
Cualquier cosa puede inspirar un microrrelato. Pequeños fragmentos de vida, o de sueño, que quedan recogidos en pocas líneas, y que tienen la capacidad, como los cuadros impresionistas de, con unas pocas pinceladas, transmitir gran cantidad de sensaciones.
Quizá el éxito del microrrelato signifique la democratización de la literatura, del mismo modo que ya ha ocurrido en otros géneros artísticos como la música, el cine o la fotografía. Quizá todos podamos ser por un instante un hiperbreve Balzac.
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