Y, por fin, ¿qué sucede cuando el pincel no termina su trabajo, y deja de arrastrarse, o de brincar, para alejarse del lienzo, y éste queda, en su trágica finitud, además, inacabado? Sucede que entonces se abren mil caminos que tienden hacia mil posibilidades, que conducen a imaginados colores y formas; o, quizá, por el contrario, sucede que uno admira la obra tal y como quedó, jugando a adivinar las causas de ese abandono, pregúntandose por qué el cerebro que dirigía la mano que sujetaba el pincel que acariciaba el lienzo dio la orden de marcharse de allí, sin más...
Estas acuarelas y óleos de Sorolla, que tan vivo parece estar últimamente, muestran los primeros titubeos del artista en su aprendizaje italiano;un aprendizaje en el que, sin admirar todavía plenamente la obra de Velázquez, sin declararse seguidor del Impresionismo, joven, libre, se detiene en aquéllo que le lleva a jugar con el pincel y con el lienzo, hasta que, por aburrimiento, por sentirse ya satisfecho, o por alguna interrupción inesperada, quién sabe, decide abandonar el juego. Y termina ahí, se va...y nos deja con la duda, o con la libertad de recrear, o sencillamente, con esos colores empastados que hablan de él mucho más que algunos de sus cuadros más conocidos. Algunos de ellos, parecen incluso mostrar un universo conceptual muy distinto del estilo de sus últimos trabajos, y al mismo tiempo recuerdan al arte oriental, que reivindica el valor expresivo del vacío, de la "no-pintura". A menudo contiene más riqueza lo inacabado, lo insinuado, que lo completo, cuando lo primero es fruto de la libertad creativa, y lo segundo, de la mediocridad.
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