Es posible que dentro de la nada, se halle todo lo que uno trata de buscar a lo largo de su vida. Tú vas metiendo cosas en tu particular bolsa de la compra, hasta que un día descubres que la bolsa te ha dejado de gustar, que todo lo que hay en su interior ha perdido brillo...Ésta es la historia de mi vieja bolsa.
Me dispongo a sacar una a una todas esas cosas; aquéllas que he ido guardando con todo el cariño, y que por propia inercia, se han ido estropeando; aquéllas que he metido por obligación, que son consecuencia de actos rutinarios, únicamente útiles para dar a nuestro cuerpo y nuestra mente una serie de coordenadas; aquéllas que metí un día sin saber muy bien por qué, y de las que ahora me cuesta desprenderme. Y aquéllas que constituyen el alimento de todas las demás, y que son las únicas que de verdad importa mantener, las que he de llevar conmigo, aunque sea en los bolsillos, vaya donde vaya.
Lo primero que hago con todas esas cosas es colocarlas cuidadosamente sobre una nueva superficie lo suficientemente sólida como para que no salgan rodando al mínimo movimiento, al más pequeño temblor. Me dirijo hacia la bolsa vacía, deshecha; se ha quedado fofa, sin forma, ahora es incluso más fea que antes. Nunca he sabido muy bien qué hacer con lo que me sobra...así que me quedo un largo rato contemplando, así, sin más, sin que se me ocurra ni la más remota idea de dónde demonios meter este maldito trasto.
Comienzo a barajar distintas posibilidades. Podría guardarla en el armario, allí, en el fondo, donde nadie la viera; ni siquiera yo misma, pues ya me encargaría de no dirigir la mirada hacia ese rincón. También podría tirarla a la basura, y pasarle el muerto a otro, quizá a algún desconocido se le ocurra un destino apropiado. Darle un uso nuevo es otra de las ideas que me vienen a la cabeza, utilizarla como trapo para limpiar el polvo, y hacer que vaya perdiendo el poco lustre que le queda, hasta desvanecerse, comida por la propia suciedad. Esta última opción es, de las tres, la que más me convence.
Pero no. No se me ocurre nada ingenioso, nada que me asegure que no volveré a toparme con ella el día menos pensado. Quizá lo más inteligente fuera dejarla de momento ahí, y ocuparme de reubicar los objetos hasta ahora contenidos en ella; pero la sensación de no haber dejado zanjado este asunto seguramente me llevaría a realizar esa tarea de forma errónea, pues no estaría absolutamente concentrada en ello; es más, podría caer en la tentación de volver a meterlos todos en ella. Así que no, tengo que dedicarme en cuerpo y alma a la bolsa.
Así paso horas. Durante todo ese tiempo, y llevada por cierto sentimentalismo, por qué no decirlo, al fin y al cabo, esa bolsa me ha acompañado durante largos años, me da por recordar lo que hemos vivido juntas. El día que la comencé a utilizar, entusiasmada, pensando que sería la solución a todos mis problemas. Y cómo con el transcurso del tiempo se convirtió en un mero objeto de uso, olvidándome de apreciar su verdadero valor como contenedor. Pero si a fecha de hoy esa bolsa me ha dejado de gustar, por algo debe ser, así que no hay marcha atrás, es obvio, tengo que deshacerme de ella. El largo rato que paso observándola me hace tener una nueva idea. Creo que he encontrado la solución.
Me estoy fabricando una nueva bolsa. No será como la otra, pues mientras la tejo, sé que no será de ese tipo de bolsas que se utilizan para almacenar, en el sentido absoluto del término. No la usaré para "guardar". Creo que ése fue el error que cometí con la vieja, porque la concebí como elemento compartimentador. Esta nueva bolsa dejará todo lo que contiene a la vista, de tal forma que pueda disponer de todos esos objetos de una sola vez, integrándolos, uniendo unos con otros. Así que, al mismo tiempo que la nueva bolsa va tomando cuerpo, voy cosiendo en ella todas las cosas que saqué, poco a poco y cuidando que el contacto entre ellas sea lo más beneficioso posible. Finalmente, voy a por mi vieja bolsa. La abro, y la coso junto a todo lo demás. Así, el vacío que he dejado en ella desaparece, convirtiéndose en algo que de verdad merece la pena conservar.
Espero que esta nueva bolsa me acompañe por un largo tiempo, a saber, quizá algún día la vacíe también, y la vuelva a coser a otra nueva...
Not as well known as Pablo Picasso, Juan Gris was a revolutionary in his treatment about Cubism. Most of authors who have studied his figure have concluded that Gris was the real creator of Pure Cubism; however, there is another theory about his contribution to the Spanish Art History, and it is which considers Gris as a simple disciple of Picasso. But, in fact, when you come closer to Gris' works is easy to understand what is refered with "Pure Cubism" concept. Because in these paintings, objects acquire their fundamental formal quality, betraying us the idea beyond shapes and colours. There is a duty from Art History with Juan Gris; it has to reclaim the value of his creation, moving him away from Picasso's shadows. One of the most important collections about Gris in Spain is sited on Museo Nacional Reina Sofía, in Madrid, with more than 100 works covering all his stages. The better way to recover Juan Gris is, indoubtedly, admiring his paintings.
Notas de color
¿Cuánta expresividad es capaz de contener un pincel, con sus finísimas cerdas salpicadas de pintura, arrastrándose perezosas por la superficie del lienzo, o bien saltando sobre él, como un niño salta por las piedras del río? ¿Cuánto de esa expresividad cabe en el propio lienzo, cerrado, marcados sus límites desde su propio nacimiento, anulando cualquier posibilidad de infinitud?
Y, por fin, ¿qué sucede cuando el pincel no termina su trabajo, y deja de arrastrarse, o de brincar, para alejarse del lienzo, y éste queda, en su trágica finitud, además, inacabado? Sucede que entonces se abren mil caminos que tienden hacia mil posibilidades, que conducen a imaginados colores y formas; o, quizá, por el contrario, sucede que uno admira la obra tal y como quedó, jugando a adivinar las causas de ese abandono, pregúntandose por qué el cerebro que dirigía la mano que sujetaba el pincel que acariciaba el lienzo dio la orden de marcharse de allí, sin más...
Y, por fin, ¿qué sucede cuando el pincel no termina su trabajo, y deja de arrastrarse, o de brincar, para alejarse del lienzo, y éste queda, en su trágica finitud, además, inacabado? Sucede que entonces se abren mil caminos que tienden hacia mil posibilidades, que conducen a imaginados colores y formas; o, quizá, por el contrario, sucede que uno admira la obra tal y como quedó, jugando a adivinar las causas de ese abandono, pregúntandose por qué el cerebro que dirigía la mano que sujetaba el pincel que acariciaba el lienzo dio la orden de marcharse de allí, sin más...
Estas acuarelas y óleos de Sorolla, que tan vivo parece estar últimamente, muestran los primeros titubeos del artista en su aprendizaje italiano;un aprendizaje en el que, sin admirar todavía plenamente la obra de Velázquez, sin declararse seguidor del Impresionismo, joven, libre, se detiene en aquéllo que le lleva a jugar con el pincel y con el lienzo, hasta que, por aburrimiento, por sentirse ya satisfecho, o por alguna interrupción inesperada, quién sabe, decide abandonar el juego. Y termina ahí, se va...y nos deja con la duda, o con la libertad de recrear, o sencillamente, con esos colores empastados que hablan de él mucho más que algunos de sus cuadros más conocidos. Algunos de ellos, parecen incluso mostrar un universo conceptual muy distinto del estilo de sus últimos trabajos, y al mismo tiempo recuerdan al arte oriental, que reivindica el valor expresivo del vacío, de la "no-pintura". A menudo contiene más riqueza lo inacabado, lo insinuado, que lo completo, cuando lo primero es fruto de la libertad creativa, y lo segundo, de la mediocridad.
Notas que son como gotas de agua que van cayendo en una superficie blanda que se convierte en un mar con diminutas olas que crean energía que produce movimiento que agita la tierra que sacude torres que contienen emociones que salen volando hacia un cielo azul que se torna naranja con un sol que proyecta rayos que se dirigen hacia un camino serpenteante que lleva a un bosque que encierra sombras que son pobladas por pequeños seres que tocan esas notas.
Regresos
Qué fácil es distraerse del camino, aún cuando este camino no se recorre por obligación, si no por placer. Cuántas veces, en un intento de acercarse a lo corriente, dejamos de cultivar aquellas cosas que son las que nos distinguen, que van perfilando poco a poco nuestra huella en este tiempo/espacio que ocupamos. Aunque, en este viaje a tientas, también es necesario detenerse, pues caminamos con las manos extendidas, y en muchas ocasiones estas manos no tienen fuerza para empujar lo que se presenta delante de ellas, ni tan siquiera para rozarlo.
Y esas manos que caminan, que miran, que oyen, sienten, piensan, son guardadas en el bolsillo de la cotidianeidad, y uno olvida que las dejó allí, no vuelve a acordarse de ellas...y pasan días, semanas, meses...y ni uno mismo echa en falta esas manos, que han sido sustituidas por unos pies que caminan, por unos ojos que miran, por unos oídos que oyen, por un alma que siente, por una cabeza que piensa. Se abandona la incertidumbre para regresar a lo real, las luces se han encendido, no hay necesidad de caminar a tientas.
Sin embargo, y como en realidad sabemos desde el principio del camino, esa oscuridad no es tal, no es negrura, no es ceguera, ni imposibilidad de conocer aquéllo con lo que nos hemos topado. Ese tentar con las manos es un palpar, un detenerse a dibujar formas, un recrearse en ellas.
Por eso, un día, decidimos volver a sacar las manos del bolsillo, y apagar la luz.
Y esas manos que caminan, que miran, que oyen, sienten, piensan, son guardadas en el bolsillo de la cotidianeidad, y uno olvida que las dejó allí, no vuelve a acordarse de ellas...y pasan días, semanas, meses...y ni uno mismo echa en falta esas manos, que han sido sustituidas por unos pies que caminan, por unos ojos que miran, por unos oídos que oyen, por un alma que siente, por una cabeza que piensa. Se abandona la incertidumbre para regresar a lo real, las luces se han encendido, no hay necesidad de caminar a tientas.
Sin embargo, y como en realidad sabemos desde el principio del camino, esa oscuridad no es tal, no es negrura, no es ceguera, ni imposibilidad de conocer aquéllo con lo que nos hemos topado. Ese tentar con las manos es un palpar, un detenerse a dibujar formas, un recrearse en ellas.
Por eso, un día, decidimos volver a sacar las manos del bolsillo, y apagar la luz.
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