Miles en los jardines de Aranjuez

Joaquín Rodrigo: Concierto de Aranjuez, 1939 / Miles Davis: Sketches of Spain, 1959

Me imagino a ese señor de grandes ojos negros, con la trompeta en la mano, paseando por los jardines del palacio madrileño una tarde de invierno, los árboles desnudos, el vaho saliendo de la boca, las huellas en el barro, el eco de la melodía en el aire que envuelve ese paseo...y al final del camino, al valenciano de gafas oscuras sentado en un banco, fumando en pipa y extendiendo la partitura entre sus dedos...un encuentro peculiar, sin duda.
La fotografía, por cierto, pertenece a la serie que Irving Penn dedicó en 1986 al trompetista.
Dejo el primer vídeo, y un enlace del segundo, que no puedo insertar:



http://es.youtube.com/watch?v=CMztZq-h0x4

And I don't have to tell you it's all too beautiful

Provoca quien puede, no quien quiere, o, dicho de otra forma, se siente provocado el que busca sentirse así, el que se ofende, el que se da por aludido. El nombre de Tracey Emin siempre ha estado ligado a la polémica, pues muchos han considerado su obra excesiva, irreverente, narcisista, insultante. Y es así porque el lenguaje de Emin se balancea entre lo privado y lo público como una peonza que gira sin cesar y que jamás detiene su elíptico movimiento, porque exhibe su vida de tal manera que la acaba convirtiendo en algo que nos concierne a todos; y, yendo más allá, logra, aunque sea de forma esquiva, indirecta, puede que incluso involuntaria, que en ese exceso todos encontremos algo de nosotros mismos, de nuestras propias experiencias.
Hay una parte de la producción de Emin que expresa de forma muy abierta esa disyuntiva entre lo público y lo privado, y son las mantas bordadas a manera de collages, en las que la palabra se erige como protagonista de la obra, en principal portadora del mensaje. Frases contundentes, directas, que no dejan lugar a ningún juego de doble intencionalidad, que hablan de amor, sexo, racismo, muerte, odio; de los traumas de la artista y de los traumas de nuestra sociedad. Y el hecho de que el soporte sean colchas, colchas muy parecidas a esas de patchwork que se hacían antaño, no puede ser gratuito. No hay espacio más íntimo que aquél en el que cubrirse con ellas, y no hay nada más escandaloso que lanzar esos gritos, esas palabras desnudas al aire, como queriéndose destapar, queriendo ser vistas, debiendo ser vistas. Es un acto de provocación, sí; pero no resulta molesto, si no más bien todo lo contrario: indispensable.

La cebolla

Cuando vino a este mundo, la cebolla no presentaba capa alguna. Estaba su cuerpo desnudo, el corazón al aire, accesible para todo aquél que quisiese acercarse a mirar, a tocar, a adentrarse. Poco a poco, las capas fueron apareciendo. Primero, para refugiarse del frío, pues allí donde vivía la cebolla, soplaba fuerte el viento. Después, para protegerse de extraños, pues cayó en la cuenta de que su corazón estaba demasiado expuesto y, en muchas ocasiones, provocaba envidias, recelos, e incluso algún ataque. Esto le hizo mucho mal, y con el tiempo se fue convirtiendo en una cebolla suspicaz, que veía amenazas allí donde no las había, y decidió sobreproteger su corazón, a base de más y más capas. Ya no rechazaba únicamente a desconocidos, sino que comenzó también a apartar de su lado a las cebollas hermanas, aquéllas que la querían, que conocían bien su interior, ya que al fin y al cabo, según pensó, eran todas cebollas de la misma naturaleza, tanto las amigas como las no amigas.
Un día, la cebolla se miró en un espejo, y no se reconoció. Se vio pesada, cargada de miles y miles de capas que impedían cualquier tipo de movimiento, cualquier tipo de sensación. Buscó dentro, para ver si su corazón seguía, al menos, intacto, como ella pretendía, pero no lo encontró. Se preguntó cómo había llegado a ese estado, cómo podía haberse quedado sin corazón. Decidió entonces despojarse de ellas, empezando por las últimas, las que la habían separado de su familia, y así, les dejó ver cómo debajo de ellas lo único que había era miedo, y les pidió por favor que la ayudaran a quitarse las demás. Y de esta forma, la cebolla se arrancó la piel, quedando su corazón de nuevo al aire, al contacto con el sol, con la lluvia, con el viento, despreocupada de amenazas externas; y es que la cebolla se dio cuenta de que, en realidad, estando desnuda era como mejor podía protegerse.