Versionar con instrumentos piezas cantadas es toda una labor de abstracción; donde antes estaba la palabra, lírica, sin resquebrajos, de una solidez que no deja lugar a dudas, ahora aparece la melodía, que flota, etérea, sobre el resto del conjunto. Una melodía punteada, cuerdas que ocupan el lugar de otras cuerdas. Poesía que queda encerrada en la críptica interpretación de unas notas musicales.
Las letras de los Beatles, tan ambiguas, tan libres, se desnudan por completo en esta versión de Grant Green, volviéndose contra sí mismas y dejando que cada cual reescriba, con palabras o no, una nueva canción.
Mi pequeño homenaje
Instrucciones para leer un libro:
1. Elija usted bien el libro en cuestión, y no se deje llevar únicamente por el diseño de la portada....o sí.....
2.Ábralo con cuidado, comenzando por la primera palabra de la primera página. La lectura del prefacio o introducción es elección libre del lector.
3. Continúe con la segunda palabra, después la tercera, y, al llegar al final de la página, pásela con cuidado de no rozarla con ningún elemento externo que pueda dañarla.
4. Repita la misma operación hasta que llegue hasta la última palabra de la última página.
5. Cierre el libro y guárdelo en el lugar en que quiera conservarlo hasta el día en que cambie de sitio por la razón que sea.
1. Elija usted bien el libro en cuestión, y no se deje llevar únicamente por el diseño de la portada....o sí.....
2.Ábralo con cuidado, comenzando por la primera palabra de la primera página. La lectura del prefacio o introducción es elección libre del lector.
3. Continúe con la segunda palabra, después la tercera, y, al llegar al final de la página, pásela con cuidado de no rozarla con ningún elemento externo que pueda dañarla.
4. Repita la misma operación hasta que llegue hasta la última palabra de la última página.
5. Cierre el libro y guárdelo en el lugar en que quiera conservarlo hasta el día en que cambie de sitio por la razón que sea.
Three libros
Un paseo por la cuesta de Moyano, próxima parada: Retiro, al calor de los primeros rayos de sol que luchan por hacerse un hueco en este interminable invierno. Desentrañando secretos entre los libros que se venden, a saber...a un euro, a uno y medio....variable, en función de la huella que ha dejado el tiempo sobre ellos. Imaginar a quién han pertenecido esos libros y cómo han llegado hasta allí es un ejercicio casi obligado cuando uno se topa con estos puestos. Se encuentran verdaderas maravillas, como el Decamerón a precio de una barra de pan, catálogos antiguos de Velázquez, Goya...no importa que las reproducciones sean malas, el Museo del Prado está a tres pasos desde ahí...y un sinfín de títulos, con ediciones bastante aceptables, de autores contemporáneos. Busco algo que me llame la atención, que me entre por los ojos, por el motivo que sea, no sin cierta incertidumbre, valga la contradicción, sin saber muy bien...Historia de No....parece interesante, el título es atrayente, sin duda....aunque finalmente descubrimos que lo es porque recuerda a Historia de Ô....Rebelión en la granja....Memorias de Juan de Borbón...y por fin, primeros hallazgos: Luis Antonio de Villena y su dulce lamento sobre la pérdida de la juventud...Carlos Fisas, y su Historias de la Historia, disección pura de los cotilleos más divertidos de nuestros antepasados...y el último, Dos Letters, de Bernardo Atxaga, lo rescato de entre dos tomos enormes, pues es bastante pequeño. Lo hojeo, y descubro varios garabatos en sus primeras y últimas páginas, aunque una vez abierto me doy cuenta de que no sólo están ahí, si no también encima de las palabras, en los márgenes de las páginas...además, en la primera página dos nombres escritos con letra infantil...me lo llevo también. Y una vez en casa, de noche, lo abro, y descubro una lectura sagaz, divertida, la historia de un abuelo vasco que emigró a Idaho, donde se dedicó a cuidar un rebaño de ovejas americanas, y que escribe una palabra en inglés de cada diez o quince en castellano. Qué entrañable abuelo, de incipiente alzheimer, por cierto, que se siente todo un héroe por haber sobrevivido a todos sus seres queridos...con él me fui a dormir, y soñé que paseaba junto a él por el jardín botánico, acompañados los dos de un rebaño de ovejas de largas lanas....Libros que te invitan a sonreir. Hoy ha vuelto a cubrirse el cielo; seguramente en la cuesta de Moyano haya menos gente que ayer, aunque ellos seguirán allí, asomándose entre mesas de contrachapado y cartones, esperando que una mano amiga vuelva a garabatear sobre ellos.
My bag
Es posible que dentro de la nada, se halle todo lo que uno trata de buscar a lo largo de su vida. Tú vas metiendo cosas en tu particular bolsa de la compra, hasta que un día descubres que la bolsa te ha dejado de gustar, que todo lo que hay en su interior ha perdido brillo...Ésta es la historia de mi vieja bolsa.
Me dispongo a sacar una a una todas esas cosas; aquéllas que he ido guardando con todo el cariño, y que por propia inercia, se han ido estropeando; aquéllas que he metido por obligación, que son consecuencia de actos rutinarios, únicamente útiles para dar a nuestro cuerpo y nuestra mente una serie de coordenadas; aquéllas que metí un día sin saber muy bien por qué, y de las que ahora me cuesta desprenderme. Y aquéllas que constituyen el alimento de todas las demás, y que son las únicas que de verdad importa mantener, las que he de llevar conmigo, aunque sea en los bolsillos, vaya donde vaya.
Lo primero que hago con todas esas cosas es colocarlas cuidadosamente sobre una nueva superficie lo suficientemente sólida como para que no salgan rodando al mínimo movimiento, al más pequeño temblor. Me dirijo hacia la bolsa vacía, deshecha; se ha quedado fofa, sin forma, ahora es incluso más fea que antes. Nunca he sabido muy bien qué hacer con lo que me sobra...así que me quedo un largo rato contemplando, así, sin más, sin que se me ocurra ni la más remota idea de dónde demonios meter este maldito trasto.
Comienzo a barajar distintas posibilidades. Podría guardarla en el armario, allí, en el fondo, donde nadie la viera; ni siquiera yo misma, pues ya me encargaría de no dirigir la mirada hacia ese rincón. También podría tirarla a la basura, y pasarle el muerto a otro, quizá a algún desconocido se le ocurra un destino apropiado. Darle un uso nuevo es otra de las ideas que me vienen a la cabeza, utilizarla como trapo para limpiar el polvo, y hacer que vaya perdiendo el poco lustre que le queda, hasta desvanecerse, comida por la propia suciedad. Esta última opción es, de las tres, la que más me convence.
Pero no. No se me ocurre nada ingenioso, nada que me asegure que no volveré a toparme con ella el día menos pensado. Quizá lo más inteligente fuera dejarla de momento ahí, y ocuparme de reubicar los objetos hasta ahora contenidos en ella; pero la sensación de no haber dejado zanjado este asunto seguramente me llevaría a realizar esa tarea de forma errónea, pues no estaría absolutamente concentrada en ello; es más, podría caer en la tentación de volver a meterlos todos en ella. Así que no, tengo que dedicarme en cuerpo y alma a la bolsa.
Así paso horas. Durante todo ese tiempo, y llevada por cierto sentimentalismo, por qué no decirlo, al fin y al cabo, esa bolsa me ha acompañado durante largos años, me da por recordar lo que hemos vivido juntas. El día que la comencé a utilizar, entusiasmada, pensando que sería la solución a todos mis problemas. Y cómo con el transcurso del tiempo se convirtió en un mero objeto de uso, olvidándome de apreciar su verdadero valor como contenedor. Pero si a fecha de hoy esa bolsa me ha dejado de gustar, por algo debe ser, así que no hay marcha atrás, es obvio, tengo que deshacerme de ella. El largo rato que paso observándola me hace tener una nueva idea. Creo que he encontrado la solución.
Me estoy fabricando una nueva bolsa. No será como la otra, pues mientras la tejo, sé que no será de ese tipo de bolsas que se utilizan para almacenar, en el sentido absoluto del término. No la usaré para "guardar". Creo que ése fue el error que cometí con la vieja, porque la concebí como elemento compartimentador. Esta nueva bolsa dejará todo lo que contiene a la vista, de tal forma que pueda disponer de todos esos objetos de una sola vez, integrándolos, uniendo unos con otros. Así que, al mismo tiempo que la nueva bolsa va tomando cuerpo, voy cosiendo en ella todas las cosas que saqué, poco a poco y cuidando que el contacto entre ellas sea lo más beneficioso posible. Finalmente, voy a por mi vieja bolsa. La abro, y la coso junto a todo lo demás. Así, el vacío que he dejado en ella desaparece, convirtiéndose en algo que de verdad merece la pena conservar.
Espero que esta nueva bolsa me acompañe por un largo tiempo, a saber, quizá algún día la vacíe también, y la vuelva a coser a otra nueva...
Me dispongo a sacar una a una todas esas cosas; aquéllas que he ido guardando con todo el cariño, y que por propia inercia, se han ido estropeando; aquéllas que he metido por obligación, que son consecuencia de actos rutinarios, únicamente útiles para dar a nuestro cuerpo y nuestra mente una serie de coordenadas; aquéllas que metí un día sin saber muy bien por qué, y de las que ahora me cuesta desprenderme. Y aquéllas que constituyen el alimento de todas las demás, y que son las únicas que de verdad importa mantener, las que he de llevar conmigo, aunque sea en los bolsillos, vaya donde vaya.
Lo primero que hago con todas esas cosas es colocarlas cuidadosamente sobre una nueva superficie lo suficientemente sólida como para que no salgan rodando al mínimo movimiento, al más pequeño temblor. Me dirijo hacia la bolsa vacía, deshecha; se ha quedado fofa, sin forma, ahora es incluso más fea que antes. Nunca he sabido muy bien qué hacer con lo que me sobra...así que me quedo un largo rato contemplando, así, sin más, sin que se me ocurra ni la más remota idea de dónde demonios meter este maldito trasto.
Comienzo a barajar distintas posibilidades. Podría guardarla en el armario, allí, en el fondo, donde nadie la viera; ni siquiera yo misma, pues ya me encargaría de no dirigir la mirada hacia ese rincón. También podría tirarla a la basura, y pasarle el muerto a otro, quizá a algún desconocido se le ocurra un destino apropiado. Darle un uso nuevo es otra de las ideas que me vienen a la cabeza, utilizarla como trapo para limpiar el polvo, y hacer que vaya perdiendo el poco lustre que le queda, hasta desvanecerse, comida por la propia suciedad. Esta última opción es, de las tres, la que más me convence.
Pero no. No se me ocurre nada ingenioso, nada que me asegure que no volveré a toparme con ella el día menos pensado. Quizá lo más inteligente fuera dejarla de momento ahí, y ocuparme de reubicar los objetos hasta ahora contenidos en ella; pero la sensación de no haber dejado zanjado este asunto seguramente me llevaría a realizar esa tarea de forma errónea, pues no estaría absolutamente concentrada en ello; es más, podría caer en la tentación de volver a meterlos todos en ella. Así que no, tengo que dedicarme en cuerpo y alma a la bolsa.
Así paso horas. Durante todo ese tiempo, y llevada por cierto sentimentalismo, por qué no decirlo, al fin y al cabo, esa bolsa me ha acompañado durante largos años, me da por recordar lo que hemos vivido juntas. El día que la comencé a utilizar, entusiasmada, pensando que sería la solución a todos mis problemas. Y cómo con el transcurso del tiempo se convirtió en un mero objeto de uso, olvidándome de apreciar su verdadero valor como contenedor. Pero si a fecha de hoy esa bolsa me ha dejado de gustar, por algo debe ser, así que no hay marcha atrás, es obvio, tengo que deshacerme de ella. El largo rato que paso observándola me hace tener una nueva idea. Creo que he encontrado la solución.
Me estoy fabricando una nueva bolsa. No será como la otra, pues mientras la tejo, sé que no será de ese tipo de bolsas que se utilizan para almacenar, en el sentido absoluto del término. No la usaré para "guardar". Creo que ése fue el error que cometí con la vieja, porque la concebí como elemento compartimentador. Esta nueva bolsa dejará todo lo que contiene a la vista, de tal forma que pueda disponer de todos esos objetos de una sola vez, integrándolos, uniendo unos con otros. Así que, al mismo tiempo que la nueva bolsa va tomando cuerpo, voy cosiendo en ella todas las cosas que saqué, poco a poco y cuidando que el contacto entre ellas sea lo más beneficioso posible. Finalmente, voy a por mi vieja bolsa. La abro, y la coso junto a todo lo demás. Así, el vacío que he dejado en ella desaparece, convirtiéndose en algo que de verdad merece la pena conservar.
Espero que esta nueva bolsa me acompañe por un largo tiempo, a saber, quizá algún día la vacíe también, y la vuelva a coser a otra nueva...
Not as well known as Pablo Picasso, Juan Gris was a revolutionary in his treatment about Cubism. Most of authors who have studied his figure have concluded that Gris was the real creator of Pure Cubism; however, there is another theory about his contribution to the Spanish Art History, and it is which considers Gris as a simple disciple of Picasso. But, in fact, when you come closer to Gris' works is easy to understand what is refered with "Pure Cubism" concept. Because in these paintings, objects acquire their fundamental formal quality, betraying us the idea beyond shapes and colours. There is a duty from Art History with Juan Gris; it has to reclaim the value of his creation, moving him away from Picasso's shadows. One of the most important collections about Gris in Spain is sited on Museo Nacional Reina Sofía, in Madrid, with more than 100 works covering all his stages. The better way to recover Juan Gris is, indoubtedly, admiring his paintings.
Notas de color
¿Cuánta expresividad es capaz de contener un pincel, con sus finísimas cerdas salpicadas de pintura, arrastrándose perezosas por la superficie del lienzo, o bien saltando sobre él, como un niño salta por las piedras del río? ¿Cuánto de esa expresividad cabe en el propio lienzo, cerrado, marcados sus límites desde su propio nacimiento, anulando cualquier posibilidad de infinitud?
Y, por fin, ¿qué sucede cuando el pincel no termina su trabajo, y deja de arrastrarse, o de brincar, para alejarse del lienzo, y éste queda, en su trágica finitud, además, inacabado? Sucede que entonces se abren mil caminos que tienden hacia mil posibilidades, que conducen a imaginados colores y formas; o, quizá, por el contrario, sucede que uno admira la obra tal y como quedó, jugando a adivinar las causas de ese abandono, pregúntandose por qué el cerebro que dirigía la mano que sujetaba el pincel que acariciaba el lienzo dio la orden de marcharse de allí, sin más...
Y, por fin, ¿qué sucede cuando el pincel no termina su trabajo, y deja de arrastrarse, o de brincar, para alejarse del lienzo, y éste queda, en su trágica finitud, además, inacabado? Sucede que entonces se abren mil caminos que tienden hacia mil posibilidades, que conducen a imaginados colores y formas; o, quizá, por el contrario, sucede que uno admira la obra tal y como quedó, jugando a adivinar las causas de ese abandono, pregúntandose por qué el cerebro que dirigía la mano que sujetaba el pincel que acariciaba el lienzo dio la orden de marcharse de allí, sin más...
Estas acuarelas y óleos de Sorolla, que tan vivo parece estar últimamente, muestran los primeros titubeos del artista en su aprendizaje italiano;un aprendizaje en el que, sin admirar todavía plenamente la obra de Velázquez, sin declararse seguidor del Impresionismo, joven, libre, se detiene en aquéllo que le lleva a jugar con el pincel y con el lienzo, hasta que, por aburrimiento, por sentirse ya satisfecho, o por alguna interrupción inesperada, quién sabe, decide abandonar el juego. Y termina ahí, se va...y nos deja con la duda, o con la libertad de recrear, o sencillamente, con esos colores empastados que hablan de él mucho más que algunos de sus cuadros más conocidos. Algunos de ellos, parecen incluso mostrar un universo conceptual muy distinto del estilo de sus últimos trabajos, y al mismo tiempo recuerdan al arte oriental, que reivindica el valor expresivo del vacío, de la "no-pintura". A menudo contiene más riqueza lo inacabado, lo insinuado, que lo completo, cuando lo primero es fruto de la libertad creativa, y lo segundo, de la mediocridad.
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