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La alegría de un día como el de hoy es doble: por un lado, al comprobar que, avanzando a tientas, se puede llegar muy lejos, y conseguir lo inimaginable hace tan sólo unos pocos años (no llega al decenio...). Y por otro, al decir plácidamente adiós al tipo que ha puesto el mundo patas arriba; que, con los pies sobre la mesa y su sombrero de ranchero rancio, ha llevado al desastre a la sociedad estadounidense, y con ella a todas las demás. Esperemos que, después de marcharse por la puerta de atrás, tenga tiempo de aprender a leer los libros al derecho.
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