Regresos

Qué fácil es distraerse del camino, aún cuando este camino no se recorre por obligación, si no por placer. Cuántas veces, en un intento de acercarse a lo corriente, dejamos de cultivar aquellas cosas que son las que nos distinguen, que van perfilando poco a poco nuestra huella en este tiempo/espacio que ocupamos. Aunque, en este viaje a tientas, también es necesario detenerse, pues caminamos con las manos extendidas, y en muchas ocasiones estas manos no tienen fuerza para empujar lo que se presenta delante de ellas, ni tan siquiera para rozarlo.
Y esas manos que caminan, que miran, que oyen, sienten, piensan, son guardadas en el bolsillo de la cotidianeidad, y uno olvida que las dejó allí, no vuelve a acordarse de ellas...y pasan días, semanas, meses...y ni uno mismo echa en falta esas manos, que han sido sustituidas por unos pies que caminan, por unos ojos que miran, por unos oídos que oyen, por un alma que siente, por una cabeza que piensa. Se abandona la incertidumbre para regresar a lo real, las luces se han encendido, no hay necesidad de caminar a tientas.
Sin embargo, y como en realidad sabemos desde el principio del camino, esa oscuridad no es tal, no es negrura, no es ceguera, ni imposibilidad de conocer aquéllo con lo que nos hemos topado. Ese tentar con las manos es un palpar, un detenerse a dibujar formas, un recrearse en ellas.
Por eso, un día, decidimos volver a sacar las manos del bolsillo, y apagar la luz.

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